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Pita

Pita

Edgar (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

Pita estaba desesperada porque por enésima vez la había dejado su novio. Siempre había corrido con la misma suerte: Novio mujeriego, inseguro de sí mismo, emocionalmente distante, sin ambiciones. Si las tenía, ella no era parte de ellas. Muy bueno en la cama, pero fuera de ella tenía Pita que esforzarse mucho para poder ganar el amor y sobre todo la atención de su novio.
No era la primera vez que le pasaba. Todas sus relaciones terminaban igual y ella ya estaba cansada. Su novio se llamaba David y le hacía olvidar a todos los anteriores, pero inmediatamente se dio cuenta que tenía algo de los otros, también toma, fuma, conoce de drogas, es nostálgico, tiene problemas con su familia y le gusta mucho el sexo. Cuando lo conoció tenía miedo de que se repitiera la misma historia y ahora, cada vez más, se empieza a dar cuenta de que sí. Empezaron los problemas como siempre: Celos de parte de los dos; discusiones; malos entendidos y hasta confiesa que la semana pasada le dio un fuerte empujón, todo porque estaba celoso de que en esa misma semana terminaron tres veces. En una de esas ella lo encontró en la calle con otra chica en su moto. Ella de coraje se fue con uno de sus amigos que tiene moto y con su prima al cine. La prima fue la encargada de contarle todo a David. Ahora Pita se siente enojada, triste, pero también culpable.
Pita ya no quería enamorarse, así que sólo empezaron como amigos con derechos. Unos cuantos acostones —es más, así pasó la primera noche que lo conoció— y un poco de cariño, hasta que, como ya se le venía haciendo costumbre, ya estaba nuevamente enamorada e ilusionada. Pero ahora estaba triste, sola y llorando, sentada en las escaleras del metro Taxqueña. Allí la conocí por primera vez. Venía saliendo de la escuela y me llamó la atención el desencanto de su rostro; la mirada perdida. Pero también sentí su llamada de auxilio. Me acerqué para preguntarle qué le pasaba. Ella sólo atinó a decirme que se sentía muy mal y poco a poco comenzó a contarme su historia.
Después de saber más detalles de los que ya les conté, me di cuenta que Pita era una adicta a las relaciones destructivas. Seguramente era una mujer que amaba demasiado; que tenía un severo problema de autoestima y que necesitaba ayuda. Ella me dijo que eso ya lo sabía. Incluso había estado asistiendo a terapia psicológica algún tiempo, pero no le había resultado. La terapeuta más bien parecía su mamá. Incluso llegó a pensar que desquitaba con ella lo que le habían hecho los hombres. Le exigía muchas cosas que ella no podía hacer.

Ni tardo ni perezoso le recomendé el grupo de autoayuda que mi mejor amiga frecuentaba, llamado "Mujeres adictas a los hombres que no saben amar". Desde el nombre le interesó y le dije que ahí iba a encontrar mujeres que sufrían su misma problemática y que la podían comprender y que además seguramente le iban a ayudar a superarla. Le dije que yo asistía a otro para problemas de neurosis y que me sentía muy tranquilo. La invité a que se diera la oportunidad de visitarlo.
Pita se sintió feliz y pude percibir de nuevo cierta esperanza en su rostro y una sonrisa que me hizo pensar que cuando alguien quiere ayudar al otro, se ayuda a sí mismo, porque yo quedé con esa misma sonrisa en el rostro todo el día.

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